La Leyenda de Las Vettonas

Introducción.

¿Es que Las mujeres no existían antes de los romanos? ¿Es que sólo los hombres pudieron protagonizar gestas dignas de pasar a la historia? Por lo que se sabe de ellas, nadie duda de que fueron merecedoras, tanto como los guerreros, pero la historia fue transformada al gusto de la cultura de los vencedores.

Los pueblos que dominaron y esclavizaron a las tribus celtas, borraron todo vestigio de su poder, probablemente para evitar que pudiese cundir algún tipo de ejemplo entre sus mujeres, o comparaciones incómodas para una sociedad que consideraba a las mujeres poco más que bonitos objetos de decoración, posesión de sus dueños y señores.

Al ganar la guerra convirtieron en esclavos y esclavas a estos pueblos y fue enterrada en el olvido la poca historia que pudiese quedar. Sin embargo, recientes estudios trabajan en el descubrimiento de la mujer celta, como una mujer muy fuerte, con poder -ellas administraban toda la herencia- con enorme peso social dentro de la tribu y en muchísimas ocasiones documentadas, dispuesta a la lucha para defender lo suyo.

No estará muy lejos de la realidad, El relato que, uniendo varias historias de pueblos de la zona, leyendas de mujeres que no se rindieron ni se dejaron esclavizar y otras de guerreros engañados por los romanos para arrasar sus pueblos, hemos imaginado una ocupación romana fallida de una aldea, gracias al arrojo y la inteligencia de sus mujeres. Algo, que pudo que ocurrir, con toda seguridad en estas tierras antaño pertenecientes a la Lusitania.

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La leyenda

Entre los siglos II y IV antes de cristo. En algún pueblo de la Lusitania (Nor-oeste celta de la península ibérica, desde el macizo central hasta el océano atlántico, desde el Duero hasta el extremo-duero del sur) pudo ocurrir un hecho bélico sin precedentes.

Conocida la imposibilidad de conquistar los pueblos de la Lusitania, por la fiereza con la que se resistían los habitantes de sus castros, y habiendo desistido de tal empeño la mayoría de generales romanos, tuvo que llegar un joven general llamado César a poner fin a tanta deshonra para el imperio.

El general, dejó a un lado la noble lucha de los generales predecesores y optó por el uso de un arma nueva que ya estaba dando sus frutos en otras tierras: El Engaño. Algo completamente desconocido e inesperado para los guerreros Celtas (Viriato, Numancia).

Colocándose cerca de uno de esos pueblos mandó emisarios a parlamentar con los jefes, convenciéndoles de que estaban dispuestos a pactar una rendición justa. Para ello deberían buscar un terreno intermedio, en una de las orillas del rio, un lugar alejado del pueblo para reunirse a negociar la paz.

Los jefes bajaron engalanados, portando estandartes y bocinas para darle el boato y la poma que aquello requería, seguidos a cierta distancia de sus guerreros. César, que lo había previsto, había enviado a sus soldados a esconderse en la parte alta de la montaña, tras el gran toro de piedra con el que los vettones marcaban el límite de sus tierras. Un una vez que los celtas abandonaron el poblado, los soldados salieron de detrás de la estatua y entraron sigilosamente en el pueblo sin ninguna resistencia.
Una vez en la plaza, encendieron sus teas y se distribuyeron en parejas con la intención de arrasar y convertir en cenizas el poblado, imaginando que las mujeres huirían despavoridas montaña abajo en busca de sus guerreros. Pero no fue así.

Famosas por su genio y valentía, las vettonas dejaron sus trajes de labranza, se vistieron de fieras guerreras, pintaron, adornaron y hasta enmascararon sus rostros hasta ser confundidas con espíritus, y a un toque de cuerno que fue resonando de casa en casa, salieron como fieras de sus moradas dispuestas a echar a los romanos del pueblo, apagando con cubos de agua sus teas y golpeándoles con porras y palos, mientras les desorientaban gritándoles.

Los soldados, confundidos y asustados -aquello no parecían mujeres sino demonios- trataron de reagruparse en la plaza, pero las mujeres no se lo permitieron, obligándoles a salir del pueblo a la carrera con el rabo entre las piernas.

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Los guerreros vettones, que ya estaban lejos, pero que se habían percatado de los sonidos de alerta, dieron media vuelta y corrieron hacia el pueblo creyendo que al llegar lo encontrarían arrasado y sus familias pasadas a cuchillo, pero para su sorpresa, a medio camino, se cruzaron con los soldados romanos que ignorando a los guerreros, corrían como si les persiguiese el mismísimo diablo.

Esa noche, los guerreros organizaron una fiesta en honor de la valentía y la inteligencia de las vettonas, y desde entonces ellas defenderían el pueblo, codo a codo con ellos.
Diferentes versiones sitúan esta misma historia en los pueblos hermínios, a orillas del río Duero, otras en el Tajo en tierras fronterizas entre España y Portugal, y otras la llevan hasta el extremo Duero (Extremadura) en tierras de Viriato, sierras de Tormantos, frente al río Tietar.

Curiosamente, en esa misma zona, hay otra leyenda de una mujer guerrera, muy probablemente de origen celta “La serrana de La Vera” que para no someterse a los abusos de los invasores, se echó al monte y siguió luchando por su cuenta contra el nuevo mundo que pretendía doblegarla. (Esta es una versión, pero hay muchas más de esta misma historia. Probablemente la cristianización de la leyenda castigó su osadía y la afrenta al poder masculino de la época, por lo que hablan de una mujer vengativa, casquivana, ladrona, etc. algo que nos reafirma en nuestra visión del castigo a la mujer por parte de los vencedores de la historia escrita)

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